martes, 6 de junio de 2017

"Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez



Poco se puede decir sobre esta obra maestra de la Literatura sin caer en la redundancia pedante de los críticos de carrera más allá de ensalzar el envolvente áurea falazmente mágico de un momento, un lugar, un personaje.

Un momento, la creación de Macondo, de la nada, del vacío, sobre un terruño sin conquistar, una chispa de vida sobre la que construir una vida, un futuro, un pasado, una amargura eterna de soledad impostada.

Un lugar, la casa de los Buendía, escenario fundamental, punto de encuentro de generaciones, testiga de incestos, muertes y nacimientos, pero sobre la que García Márquez calla, cual meretriz, para esbozar sin describir, para prestarla al lector sin entregarla en su totalidad.

Un personaje, Melquíades, el gitano alquimista, un visionario o un advenedizo al mejor postor, un buen hombre, sin duda, añejo y ajado por las circunstancias vitales, las suyas y las de los demás.

Poco más que no sea repetir una y mil veces la grandeza de esta novela capaz de adentrarse en las entrañas del realismo mágico para dibujar en la mente del lector el realismo trágico del día a día de las sociedades latinoamericanas.

"...porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."




viernes, 19 de mayo de 2017

"Tres habitaciones en Manhattan", de Georges Simenon



Cuando la soledad te atrapa se aferra a tu alma con una fuerza atroz y te arrastra por los vericuetos de la infelicidad sin que se atisbe el menor haz del luz al final del camino, angosto y agreste, ajado por el pasado, un pasado que nunca vuelve, que nunca querríamos que volviera, e incluso huimos de él poniendo tierra de por medio, no vaya a ser que nos encuentre. 

Françoise Combe huyó de todo, de su Francia natal, de su carrera artística, de su reconocimiento profesional, pero sobre todo, o exclusivamente, huyó de su mujer, de su ex-mujer, que encontró en la infidelidad la vía de escape a su pasado, al suyo, y condenó a Combe a vagar por Manhattan sin una razón real para vivir.

Una vida nómada revestida de sedentarismo ficticio, repleta de rencores falaces, anclas de la soledad, hasta que un día, una noche, tan igual, tan diferente, en un bar, uno cualquiera, Combe encuentra la palanca vital para rehacer su alma.

Kay, una mujer a la que no miraríamos dos veces si nos cruzáramos con ella en la calle, sirve de punto de partida para el abandono de la soledad, recorriendo las tres habitaciones que dan el título a la novela de Simenon en un tórrido romance que desde el sexo va construyendo el amor, dejando atrás a dos individuos presos de su soledad para deconstruir una pareja de dislexia emocional evidente.

Georges Simenon, el autor, utiliza "Tres habitaciones en Manhattan" para desintoxicarse de su personaje fetiche, Maigret, que ha acabado marcando toda su trayectoria literaria, en vida y para la historia, pero uno intuye esa misma mecánica intelectual, con la prosa rápida, ágil, y sobre todo directa, sin florituras, sin adornos superfluos que hagan distraerse al lector.

Es cierto, sin embargo, que la novela es algo irregular y en ocasiones se pierde la pasión y la emoción que promete y que, en el fondo, es el sostén que Simenon buscaba para la misma, pero embarcarse en ese viaje sin retorno hacia la felicidad conjunta, partiendo de la soledad individual, sirve para elucubrar los perfiles psicológicos de los protagonistas y comprender el sentido real de nuestra existencia.



jueves, 11 de mayo de 2017

Nostalgia de ti




Nostalgia de una pérdida ausente de realidad, de tu mirada triste, de tu llanto acalorado, de tu pasión helada, de tus sueños ajenos, de tus olores ácratas, de ese quiero pero no puedo y puedo sin querer, de aquellos días, de estas noches, de años por venir y otros que se marcharon ya.


Nostalgia de tenerte, de sentir, de vivir, de vencer al destino, de dejarse llevar, de abrir la caja de Pandora, de escalar hasta la luna para ver las estrellas, de romanticismo barato, de besos robados, de noches perdidas, de miradas lascivas, de condescendencia apátrida.

Nostalgia de poder decir tu nombre, de escuchar tu voz, de mentir a mi alma, de engancharme a la tuya, de liberar remeros, de esclavizar la verdad, de vender el futuro al mejor postor, de anclar mi velero en tu corazón.

Nostalgia de ti.

jueves, 27 de abril de 2017

"Blade Runner", de Philip K. Dick



Tan difícil es abstraerse de la iconografía de la película al leer esta apasionante novela de Philip K. Dick como dejar pasar por alto la profunda reflexión moral a la que nos invita desde una prosa algo desigual pero capaz de llevarte consigo al mundo que intenta retratar, objetivo último, sin duda, del género de ciencia ficción.

El mundo de los Nexus-6 y los cazadores de bonificaciones, los blade runners, en un universo apocalíptico al que no nos apetece demasiado llegar y que no hace sino extrapolar, temporalmente hablando, las miserias del ser humano, nuestras flaquezas y nuestra perenne mediocridad.

Una mediocridad en la que Ridley Scott, el director de la película, ahonda otorgando una mayor dimensión a uno de los personajes más enigmáticos de la historia del cine, Roy Batty, que en la novela de Dick queda algo más difuminado, sin un protagonismo realmente claro.

Sin embargo, la novela sí que supera a la película en la recreación del universo "Blade Runner", utilizando el juego impostado de las mascotas eléctricas vs. reales, en un ejemplo de catarsis degradativa a título sumo y que ya se insinúa desde el subtítulo de la novela, "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?"

En definitiva, "Blade Runner, ¿sueñan los androides con ovejas eléctricas" es una novela que te invita a un viaje sin retorno hacia todo aquello de lo que huyes, y aunque se echa en falta cierta intensidad literaria, que la película sí alcanza, permite soñar, o tener pesadillas, con un mundo en el que nuestras mascotas sean eléctricas.






miércoles, 12 de abril de 2017

"Un hombre en la oscuridad", de Paul Auster



Auster nos enseña el camino hacia la luz literaria en cada una de sus obras, desde la sencillez aparente de su prosa, la complejidad intrínseca de sus personajes y la excepcionalidad de su inventiva, consigue que sus páginas parezcan simples plumas deambulando sin rumbo fijo, de pura fatua ligereza intelectual reconvertida para mayor gloria del autor.

En "Un hombre en la oscuridad" hace partícipe al lector de un doble juego apasionante, combinando historias paralelas, reales e imaginarias, contrapuestas o complementarias, según se mire, y que nos ayudan en su combinación a comprender y descubrir la esencia misma de sus personajes, sencillos en apariencia, pero apasionantes en cuanto se hurga un par de frases más allá.

August Brill y Owen Brick, creador y obra, víctima y verdugo, demiurgo y libre albedrío, dos hombres y un destino, condenados a sobrellevarse a sí mismos en un mundo que no acaban de comprender del todo, ¿quién lo hace?, en una historia paralela que no puede sino hacernos recordar la "Trampa 22", de Joseph Heller.

Pero ya sabemos que la historia que se nos cuenta no es lo importante en la prosa de Auster, más bien al contrario, no deja de ser una excusa para que conozcamos a sus personajes, esos seres tan parecidos a ti y a mí que nos da miedo adentrarnos en sus contradicciones, no vaya a ser que lleguemos a comprendernos y acercarnos a la felicidad.

"Un hombre en la oscuridad" nos muestra el camino, una vez más, el real, el arduo, el que parte de nosotros mismos, conociendo a los personajes de Auster, entendiendo las circunstancias de August Brill, acabamos por conocernos mejor y aprendemos a respetar nuestras inchorencias existenciales, tan maravillosamente contradictorias.

jueves, 23 de marzo de 2017

"Rebeca", de Daphne Du Maurier



"Anoche soñé que había vuelto a Manderley"

La presencia ausente y la ausencia presente construyen esta maravillosa novela de Daphne Du Maurier, una novela para cocinar a fuego lento en nuestra mente, dejándonos mecer por los vaivenes de la trama macerados siempre por la elegancia de la alta sociedad británica, extrapolada a la prosa evocadora de la escritora londinense.

La presencia ausente de Rebeca, gran protagonista de la historia desde la muerte, su propia muerte, que llena toda la novela con el peso de su pasado, real o imaginario, y que culmina su obra en vida aún sin proponérselo.

La ausencia presente de ella, la nueva Señora de Winter, la mujer sin nombre, artimaña argumental y narrativa de apabullante resultado, incapaz de deshacerse de los grilletes del pasado, suyo y de Rebeca, para dar alas a la nostalgia falsaria de los que la rodean.

Ella, dueña de todo salvo de sí misma, deambula por su mundo sintiéndose una impostora llegada para usurpar la presencia ausente comprendiendo a medida que avanza la narración que nada es lo que parecía y que nada parece lo que era.


"Anoche soñé que había vuelto a Manderley", una ensoñación nostálgica de un pasado que nunca fue real, ¿o sí?

miércoles, 8 de marzo de 2017

"El caballero de la armadura oxidada", de Robert Fisher



Sencilla, que no simple, de rápida lectura, que no trivial, y de calado medio, que no profunda, esta novela corta, por intentar etiquetarla de alguna manera, de Robert Fisher nos ofrece un viaje hacia nuestro interior haciendo uso de metáforas caballerescas, con mayor o menor acierto, pero que logran ampliamente su objetivo, captar la atención del lector desde la primera página.

No soy muy amigo de los libros de supuesto conocimiento personal, autoayuda, superación individual, y sucedáneos varios, siempre huyo de ellos como de la pólvora, pero no podía dejar pasar la oportunidad de acercarme a este "El caballero de la armadura oxidada", de gran éxito internacional, y he de reconocerte que he salido muy satisfecho de la aventura.

De la mía y de la del personaje, juntos, a la par, sin que haya descubierto nada nuevo, más allá de reafirmar conceptos manidos y claramente incuestionables, la prosa sencilla, que no simple, me repito, lo sé, de Fisher consigue embarcarte en un juego de analogías, algunas conseguidas, otras cogidas con pinzas pero que aceptas como una adecuada licencia poética, gracias a que aprecias que todas se encuentran bien hiladas hacia el desenlace final.

Todos deberíamos de luchar por deshacernos de esa armadura que nos impide ser felices, condenados como estamos, por nosostros mismos, a demostrar al resto del mundo que somos poseedores de todas esas cualidades que anhelamos. Una lucha sin cuartel en la que sólo puede quedar uno, nuestro yo auténtico.

¿Ves?, "El caballero de la armadura oxidada" ya ha conseguido que escriba en versión libro de autoayuda.



martes, 28 de febrero de 2017

Lo niego todo, incluso (sobre todo) la verdad




Lo niego todo, incluso (sobre todo) la verdad, por falaz, ajena, ilusa, impostora de una realidad, la mía, tan diferente a la tuya, a la suya, a la nuestra, una verdad insumisa ante la prosaica huida advenediza por el que dirán.

Lo niego todo, incluso (sobre todo) la verdad, ante todo aquél que me quiera escuchar, ante los jurados improvisados de profundo calado y presencia ausente, carente de realidad veraz, falaz, ajena, ilusa, impostora.

Lo niego todo, incluso (sobre todo) la verdad y pliego velas ante el pleamar que se avecina, asustadizo con verso arrojadizo que sueña sin soñar con una vida sin vivir en una realidad imprevista, falaz, ajena, ilusa, impostora.

Lo niego todo, incluso (sobre todo) la verdad, más allá de la duda razonable, sin otro afán que el postergar al máximo el mínimo acento sin tilde de una prosa teñida de añil claro, al amparo de una realidad falaz, ajena, ilusa, impostora.

Lo niego todo, incluso (sobre todo) la verdad arrullando el presente, olvidando el pasado e imaginando el futuro, aclamando lo que viene sin esperar lo que se fue y extorsionándome con los secretos escondidos en lo más profundo de mi ser, anclados en una realidad falaz, ajena, ilusa, impostora.





jueves, 16 de febrero de 2017

"El príncipe destronado", de Miguel Delibes



El frío de la meseta castellana delinea la personalidad de sus habitantes, seca y cortante, minimalista y sin edulcorantes, personalidades de pocas palabras, certeras, directas a la yugular, para bien o para mal, sin adornos ni florituras que compongan contextos falsarios.

Y así, exactamente así, es la prosa de Delibes, honesta y directa, sencilla en apariencia, compleja en el transfondo que arrastra al lector, sin que éste apenas lo perciba, hacia esos lugares comunes, reales o no, pero realistas sin ningún género de dudas.

Unos lugares comunes que se repiten en este "El príncipe destronado", una novela corta que no suele tomarse en cuenta a la hora de loar al escritor pucelano, un craso error de juicio y prejuicio, porque en esta novela, de rápida lectura y lenta digestión, coinciden todas aquellas virtudes de su prosa.

Desde la descripción ajena a los juicios de valor, sin una historia que contar, Delibes construye una novela sobre la visión de un niño de 3 años circunscribiéndola a un solo día de su vida, suficiente para demostrarnos que el ejercicio literario es más sencillo que lo que podríamos pensar y muchos nos quieren hacer creer, al menos para un maestro de la talla del escritor de Valladolid.

Con ingredientes tan escasos la novela nos regala una lectura a dos velocidades, la aparente, el realismo de una familia burguesa española durante los años 60, y la que trasciende, el realismo de una familia burguesa española durante los años 60, ¡allá cada cuál!

No dejes escapar la oportunidad de degustar este ejemplo de literatura de gran calado, sin boato, en el que podrás disfrutar de la sublime interpretación de como se debe presentar y tratar un personaje literario, la madre, desde la insinuación y el anonimato, una presencia ausente que todo lo llena.

miércoles, 8 de febrero de 2017

"Ojos de Perro Azul", de Gabriel García Márquez



Enfrentarse a los escritos iniciáticos de un escritor consagrado es un arma de doble filo porque ningún lector más o menos avezado se siente lo suficientemente capaz como para negar la evidencia o aseverar lo imaginario, lo que le lleva a dejarse mecer por la nostalgia de lo que un día leyó en lugar de a juzgar lo que en ese momento está leyendo.

He de reconocerte, a riesgo de acabar en galeras a remar, que esta colección de relatos me ha dejado frío, frío polar, porque aunque puedo llegar a reconocer al mejor García Márquez me pierdo en ensoñaciones de escritor ilusorio, que no real, y me diluyo en una prosa algo espesa y de difícil atractivo crítico.

Una frialdad que se evapora como por arte de magia cuando lees el relato que da título a la colección, "Ojos de perro azul", una maravilla ensoñadora de puro romanticismo literario, sin aderezos edulcorantes ni insulsos añadidos existenciales. Los protagonistas viven en sus sueños, en los que se conocen y se aman, para luego ser dos simples desconocidos cuando despiertan, se buscan, pero no se encuentran, porque los sueños, sueños son.

Una maravilla literaria que bien vale la edición de este ejemplar, el cuál se culmina con un relato, sencillo en apariencia, pero que sirve de introducción a la obra cumbre del autor, "Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo" nos traslada a uno de nuestros iconos literarios y, sin duda, el lugar del que nunca quisimos regresar.

En definitiva, "Ojos de Perro Azul", la colección de relatos, es un trabajo irregular de García Márquez en el que el autor colombiano reflexiona con más o menos éxito sobre la muerte y sus circunstancias. Una serie de relatos que escribió antes de conseguir el reconocimiento internacional del que sólo acabarás recordando los dos que te he reseñado, el que da título al libro, por su magia, y el que lo culmina, por lo que insinúa.

viernes, 3 de febrero de 2017

"Brooklyn Follies", de Paul Auster



Auster seduce desde su primera línea gracias a esa prosa prodigiosa que regala al lector en cada una de sus publicaciones, una narrativa ágil, falsamente sencilla y repleta de ironía vital y cinismo existencial. Sus personajes crecen desde la nada, desde su insignificancia, para mostrarse como entelequias de realidad inextricable que nos muestran arquetipos deconstruidos de una sociedad auténtica, sin juegos baratos de escapismo literario.

Y "Brooklyn Follies" es un compendio de todas esas virtudes, un cajón de sastre en el que todo cabe gracias a la capacidad de prestidigitador de Auster, capaz de indagar en lo más profundo del ser humano, en sus miserias y sus anhelos, en sus sueños y, por supuesto, en sus pesadillas, pero, sobre todo, en las maravillosas incoherencias de las que todos tratamos de huir, sin percatarnos de que son precisamente ellas las que nos hacen únicos.

Paul Auster lo sabe, y sus personajes se benefician de ello, deambulando por la prosa del escritor estadounidense con gracilidad y sin boato, directos a la yugular del lector, que disfruta de historias en aparencia sencillas, por cercanía a nuestra propia existencia, pero con una auténtica carga de profunidad filosófica y psicológica.

Nathan Glass, el protagonista y narrador de "Brooklyn Follies", acaba de acceder al olimpo de mis personajes literarios inolvidables, por su autenticidad, por su capacidad de sobrellevar la vida según le viene, desde su propio nihilismo arrinconado por las circunstancias del devenir diario y de su interacción con los secundarios, de nombre que no de facto, que aderezan una novela que no olvidarás fácilmente.


lunes, 23 de enero de 2017

El asesino literario



Por uno de esos avatares de la vida han coincidido en mi mesilla de lectura dos libros de manera simultánea, algo no habitual, ya que siempre suelen ser más, dos libros que, de ahí la coincidencia, versan sobre un asesino, mismo tema, al menos en apariencia.

Pero nada más lejos de la realidad, ya que me he enfrentado con dos aproximaciones totalmente opuestas a un asesino literario, a dos novelas con un mismo estilo de protagonista, pero con antagónico desarrollo, ¡qué maravillosa es la literatura!

La primera, por orden cronológico de comienzo de su lectura, es "El Perfume", de Suskind, sí, de acuerdo, te reconozco que no la había leído, debía de ser una de esas pocas personas que todavía no lo habían hecho, pero sí, esta vez sí, me dejé seducir por las aventuras y desventuras de Grenouille, en una narración en busca del detalle, con la precisión quirúrgica necesaria para que el lector pueda introducirse en un mundo complejo, por desconocido.

Y a fe que Suskind lo consigue, presentándonos a Grenouille, un ser atroz a todas luces, ¿o no?, con sus razones y sus sinrazones, su emociones y su falta de ellas, una presentación del personaje, del asesino, al más mínimo detalle, dejando que el resto de protagonistas floten a su alrededor para reconstruir su propio universo de crueldad ajena a paradigmas morales.

El segundo, en plena simultaneidad, "Plenilunio", de Muñoz Molina, una novela revestida de policiaca, con asesino, víctimas y policía, pero que en el fondo es un lienzo en blanco en el que el autor retrata la sociedad en la que malvivimos, porque los crímenes, aún crueles y mezquinos, no son más que una excusa para el desarrollo de la trama, una especia de McGuffin literario en el que nos recreamos mientras conocemos a los personajes.

Personajes sin nombre, un inspector y un asesino, que dotan de fuerza argumental a la novela pero que ofrecen un peso claramente asimétrico en favor del primero, principal armazón de la historia, con su pasado en caída libre, su presente adúltero y su futuro por descubrir.

Dos novelas, en definitiva, apasionantes, que te recomiendo fervientemente aún a pesar de que en ambos casos sus finales me han dejado frío, como un amante en la casilla de salida, por su tenue moralina de felicidad mal encubierta, y es que créeme, a ambos les sobra su última página, sin ella ambas serían perfectas.

Y es que, ¿a alquien le gusta el final de una novela que ha disfrutado? ¡Qué críticos tan crueles somos los lectores!




sábado, 14 de enero de 2017

Las líneas paralelas, ¿nacen o se hacen?



Siempre me he preguntado por la antipatía que las líneas paralelas sienten entre sí, ¿cómo son capaces de sobrevivir toda su vida sin tan siquiera dirigirse la palabra, sin ser capaces de cruzarse ni un solo momento?

¿Qué suceso o incidente puede provocar tamaña disputa? Me gustaría poder hablar con una de ellas, cualquiera, reflexionar juntos sobre las causas, a propósito del origen de esa rivalidad eterna que hace que dos líneas con un mismo origen, un simple punto, apenas un trazo invisible de un bolígrafo inextricable, dos líneas, te decía, que se aferran a su orgullo, a su arrogancia, a su altanería, para mirar con indiferencia a su compañera, a su igual.

Pero, ¿las líneas paralelas nacen o se hacen?

Si en el principio fue el verbo, en este caso debió de ser el imperativo, la exhortación mal entendida, tal vez un padre a un hijo, un maestro a un alumno, o viceversa, vete tú a saber, una palabra, una insinuación, algo que provoca que aún antes de ser imaginadas, ni mucho menos diseñadas, las líneas nazcan paralelas, y como tales condenadas a vagar aisladas durante toda su existencia.

¡Qué pena de líneas paralelas! Dibujadas hasta el infinito, en eterna soledad.