sábado, 3 de diciembre de 2016

El zaguán de mi alma



No entro, sino salgo, no salgo, sino entro, camino sin caminar, descanso, sin descansar, en un devenir extraño al que no encuentro explicación más allá de la incontinencia emocional de mi intelecto, incapaz de discernir entre ésto y aquello, entre aquí y acullá.

Busco entre las líneas de los libros que releo e imagino universos paralelos de diversa índole, construyendo oxímoros de ensoñaciones ancladas de una infancia que malvendí al peor postor por unas migajas de reconocimiento que nunca tuve.

Y al no encontrar nada que llevarme a la boca, nada que excite mis pupilas gustativas y tratando de evitar ciertas tendencias onanistas, válgame Dios, no me queda otra que sumergirme en mi ser, en mi alma, en una introspección extrema sin otro afán que dejar pasar.

Antes de entrar dejen salir, pero no salgo, no, me refugio en el zaguán de mi alma abrumado por iluminaciones excesivas, sentimientos exaltados, de otros, que no míos, y compulsiones varias de las que huyo despavorido por lo que pudiera acaecer.

Ven conmigo, te invito a la revolución silenciosa de las cosas que pudieron ser, pero no fueron porque malgastamos nuestro tiempo en otras que nunca valieron la pena.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Hijo de una ilusión, padre de un fracaso



Vivo en el ático B de la controversia, pero no de la acepción española, sino de la cubana, del cante de versos improvisados, versos sueltos en un mundo de iguales, para bien o para mal, in memoriam, como no podía ser de otra manera.

Y sé que no es lugar para desvaríos ideológicos, y ni pretendo lanzarlos a los cuatro vientos, ni mucho menos, pero tal vez sí es el lugar y el momento, por qué no, por qué sí, para la reflexión, dejando que el Pisuerga siga pasando por Valladolid.

Se vive sin vivir, apegados a la literalidad, sin indagar en los espacios en blanco, esos maravillosos espacios que sobreviven entre las letras, entre las palabras, entre los sueños, espacios para ser completados con nuestras reflexiones pero que, en demasiadas ocasiones, pasan de largo, aguardando a un nuevo tranvía que nunca acaba de llegar, supongo que anclado en un pasado del que nunca parte.

Cada ideología es hija de su tiempo y no es justo que sea juzgada en el futuro, tuvo su lugar, su momento, y si el cinismo del ser humano volvió a demostrar, una vez más, que la verdad de la teoría  poco tiene que ver con la mentira de la realidad no podemos matar al mensajero, simplemente tratar de darle una vuelta de tuerca en busca de otra nueva verdad, si es que existe, sin tergiversar el espíritu del que partió.

La vida va y viene, unos llegan y otros se van, pero las ideas, las primigenias, las que inspiraron el devenir de los acontecimientos, siguen respirando y nunca mueren, a pesar de los pesares, a pesar de que las personas nos empeñemos en corromper lo incorrompible.

domingo, 20 de noviembre de 2016

La paloma



Es curioso como algunos libros parecen pasar de soslayo, como sin decirte nada, como sin querer. Los lees, los colocas en su estantería y crees que te olvidarás de ellos al instante, ¡craso error!

A la vez que tú sigues perdiendo el tiempo con el devenir de tu vida, tu mente empieza a digerir lo que ha leído, transmite las emociones de rigor y después de deglutir aquellas palabras que creías olvidadas de manera adecuada te lanza a una nueva dimensión, a una nueva perspectiva.

Eso precisamente me ha pasado con "La paloma", de Suskind. Un libro que de puro sencillo parece fácil, pero nada es lo que parece, o nada parece lo que es. Jonathan Noel, su protagonista, lleva una vida anodina, rutinaria, como la tuya o la mía, pero llevado al extremo, y de repente un incidente, insignificante, de esos a los que no daríamos importancia, hace que se replantee toda su vida, toda su manera de vivir.

Metáfora de nuestro existir, creemos tener todo bajo control y algo, poco o mucho, cualquier cosilla que pasaríamos por alto, le da una vuelta de tuerca a todo nuestro ser y empezamos a renegar de aquello que constituía nuestra esencia misma, a decir verdades en forma de mentiras y mentiras revestidas de verdad, conscientes, ahora sí, de que la verdad y la mentira no son más que convenciones sociales que varían en función de tantas variables como filamentos nerviosos constituyen nuestro cuerpo.

Somos tan arrogantes que no queremos admitir nuestra insiginificancia, la absurdez de nuestras vidas, que creemos sólidas, construidas sobre valores comúnmente aceptados y valederos hasta el fin de los días, pero, ¡ay, amigo!, no somos nada, absolutamente nada, y toda nuestra verdad desaparece el menor soplo de viento.




sábado, 12 de noviembre de 2016

Libro veo, libro quiero



Sí, lo reconozco, soy mi mejor cliente, sé que es un error, que en el manual del buen empresario hay un epígrafe específico al respecto, pero es que no lo puedo evitar, por más que lo intento, y mira que lo hago, pero nada, un día tras otro, sin solución de continuidad, sin fiestas de guardar, sin jirones en el alma.

Día tras días, cerramos a las 21:00, entre que acabamos de recoger, limpiamos y quehaceres varios, debería de ser capaz de salir por la puerta a las 21:15, como mis compañeros, pero nada, imposible, el reloj sigue marcando su tempo indefectiblemente y yo lo miro indiferente, atrapado por las musarañas literarias, tan alejadas de las musas que siempre anduve aguardando.

Me dirigo a la puerta de salida con un propósito firme, y esta vez lo conseguiré, no hay duda, mi fuerza de voluntad puede con todo, debe de poder con todo, pero nada más iniciar mi partida mi cuello gira a la derecha, como si tuviera vida propia, y allí llamándome sin llamar, incitándome sin incitar, veo "Némesis", de Asimov, pobre, tan triste de quedarse toda la noche en la librería, buscando un lugar acogedor en el que dormitar, mis manos, por ejemplo.

Caigo en la tentación y lo abrazo. Sí, he vuelto a caer, otra vez, no tengo perdón,  pero sí, ahora sí, saldré hacia casa, mi mujer me espera, mi hija me aguarda. Giro en la esquina de infantil y, ¡no!, ¡maldición!, "Beltenebros", de Muñoz Molina, pobre, abandonado entre tanto crimen, entre tanto asesinato, entre tanto suspense, pobre Darman, no le puedo dejar allí solo.

Ya son dos libros, ¿qué voy a hacer conmigo? Vivo sin vivir en mí, como dijo la Santa, no, no iré a biografías a buscar la suya, ¡no!, no me interesa la religión, pero, ¿entonces?, por qué mis pies me desobedecen, y allí estamos, pero no cojo esa, mi mente me la juega y ordena a mi mano hacerse con el ejemplar de la biografía de Leonard Cohen, influenciada, por su puesto, por su reciente fallecimiento, ¡tres!, ¡tres!, tres libros.

Esto se me está yendo de las manos, de nuevo, y nadie parece estar dispuesto a ponerle solución, a mi izquierda economía, psicología, detrás cine, ¡no!, ¡no!, solo hay una cosa que puedo hacer, tomo el móvil, marco el número de casa, "Cariño, hoy también llegaré tarde que se me ha liado una cosilla en la librería"

viernes, 4 de noviembre de 2016

El molde de lo que hubieras podido ser




Leyendo a Cortázar me encuentro con una frase demoledora:  "Había tanto tiempo perdido en vos, eras de tal manera el molde de lo que hubieras podido ser."

El molde de lo que hubiera podido ser, pero ¿qué molde? ¿El diseñado por mi personalidad o el imaginado por la sociedad? ¿Qué parte de la sociedad? ¿Aquellos que me quieren o aquellos que me detestan?

Porque en realidad somos el fruto de lo que ven, o quieren ver, los demás en nosotros y rara vez somos capaces de destruir el caparazón y cuando lo conseguimos, ¡ay, Dios!, ¡la que montamos!, porque descubrimos que somos presos de un molde que no nos pertenece y el mero hecho de descubrirlo nos otorga la capacidad de ver, como la pastilla roja de Matrix, pero en estado de dislexia latente.

Vemos una realidad apasionante que nos deja volar para intentar conseguir nuestros sueños, para poder intentar llegar a ser lo que hubiéramos podido ser y que, tal vez, solo tal vez, podamos conseguir ser, pero, ¿y si no lo conseguimos?

No importa, porque el caminar en la libertad de intentar conseguir ser lo que quisimos ser es suficiente satisfacción como para que no importe si lo llegamos a ser, o no ser, o medio ser, que es la mitad del ser pero sin querer ser.

Dejemos de perder el tiempo e intentemos ser lo que quisimos ser, no lo que otros quisieron que fuéramos, porque al ser lo que no somos traicionamos todo aquello que pudimos llegar a ser y nos quedamos con el molde que otros construyeron para nosotros.

Te dejo, que sigo con Cortázar.


viernes, 28 de octubre de 2016

¿Por qué nos creímos necesarios?




"¿Cómo podéis vender todos los libros al mismo precio?", fue una de las primeras reacciones de nuestros compañer@s librer@s cuando vinieron a visitarnos, "es absurdo que vendáis un libro de un autor de prestigio al mismo precio que un libro de alguien desconocido".

Y nosotros nos preguntamos, ¿quién determina el precio de un libro? ¿Cuánto cuesta un libro? ¿Cuánto vale un libro?

En una librería de segunda mano el coste real del libro pasa a un segundo plano ya que ya ha sido debidamente amortizado con la primera venta, con lo que para determinar el precio de los libros que vendemos nos tenemos que fijar en su valor.

¿Cuál es el valor de un libro?

Hasta ahora el valor lo determinaba el librer@, que decidía, basándose en sus conocimientos literarios, qué autores merecían un mayor precio por su trayectoria, su reconocimiento, su antigüedad, ..., y ese precio se variaba única y exclusivamente en función de la demanda real que iba apreciando con el paso del tiempo.

Pues bien, nosotros decidimos darle una vuelta de tuerca a esa manera de trabajar.

Lo primero que hicimos fue olvidarnos del precio fijando una cantidad más o menos simbólica, suficiente para que el negocio pudiera ser rentable pero ni mucho lejos prohibitivo para ningún bolsillo. Precios entre 2 a 3 euros, cualquier libro, cualquier autor, cualquier editorial.

Y ahora el valor de cada libro, de cada autor, no lo determinábamos nosotros, sino que lo determinaban nuestros clientes, ¿de qué manera? Comprando uno u otro libro.

En nuestras estanterías puedes encontrarte a un autor internacionalmente reconocido con otro sin dimensión comercial, autores noveles con otros de larga trayectoria, porque el valor de un libro no lo determina quien lo publica ni quien lo coloca en sus estanterías, el verdadero valor de un libro radica en los sentimientos que despierta a quien lo lee.

Nosotros queremos que nuestros clientes lean, lean, lean y vuelvan a leer, y a releer, y a releer otra vez, ésto y aquello, y lo de más allá, hay que leer de todo, absolutamente de todo, y el valor del libro lo determinaremos una vez que lo hayamos leído y comprobado como nos hizo sentir, y las sensaciones de una persona serán totalmente diferentes a las de otra, y un autor desconocido puede dar con la tecla de tus emociones mejor que el más pedante de los literatos, o no, ¿quién sabe? Pero eso sólo tú lo puedes decidir. 

Por ello nos creímos necesarios, creímos que ya era hora de que fueran los lectores quienes decidieran el valor de los libros que compraban en las librerías, y no al revés.