El silencio es el origen y el fin de toda destrucción humana, de él partimos y hacia él nos dirigimos, sin solución de continuidad, enhebrando la aguja de la injusticia social con un finísimo hilo de cinismo opulento cargado de historicismo barroco y carente de toda lealtad a nuestra incoherencia intelectual congénita.
Luis Martín Santos lo sabe, y lo utiliza para su novela, aprovechando la colaboración del lector, que se reconoce, faltaría más, en el devenir vital, emocional y profesional de Pedro, el protagonista de su "Tiempo de Silencio", no tanto en la forma como sí en el fondo.
Con una narrativa algo espesa, el autor navega sigilosamente por las aguas del Madrid de su época, sacando a relucir lo poco bueno y lo mucho malo que cree encontrar, ofreciendo ciertos juicios de valor que, tal vez, se podría haber guardado para mejor ocasión, porque la crítica en la novela debe de ser, obtenida por el lector, nunca exigida por el autor.
Ese es, sin duda, el punto más débil de "Tiempo de Silencio", lo que la ha llevado a no envejecer como se merecía, ya que plantea dicotomias ya superadas con el tiempo, tomando partido y dejando cierto poso a rancio abolengo de ideología partidaria.
Eliminadas, si pudiéramos, dichas reflexiones implícitas en el texto nos encontramos con una novela soberbia, indispensable en cualquier biblioteca que se precie, de un autor que no ha sido lo suficientemente reconocido, cosas del corporativismo, ya sabes, pero que supo implementar un nuevo estilo a la literatura española, excesivamente anclada en el realismo y el costumbrismo del inigualable Delibes.
A Martín Santos hay que reconocerle el salto al vacío de su prosa, pausada y relamida, ceñuda y ajada por la petulancia intelectual, algo aceptado en la heterodoxia actual, pero revolucionario en los años 60.
En definitiva, no dejes de leer "Tiempo de Silencio" si quieres tener una perspectiva real de las letras españolas de nuestro siglo, tal vez algún día Martín Santos ocupe el lugar que, a mi modo de ver, merece.