Te invito a un viaje, un viaje de verdad, de los de antes, de esos que ya no te puedes permitir pero con los que sueñas día sí y otro también, de esos en los que te embarcas cada vez que lees una novela de Paul Bowles, viajero empedernido que supo trasladar a sus novelas todas sus vivencias, reales o no.
Pero un viaje de verdad, en plan viajero, no como un turista, porque el turista visita con prisa, necesita volver, el viajero no, el viajero se deleita con el país que visita hasta sacarle todo el jugo, para bien o para mal, a veces para mal, como sucede con los protagonistas de "El cielo protector", o para lo que parece mal pero es bien en realidad, tautología emocional.
Pongámonos en antecedentes, un matrimonio en crisis decide resolver su hundimiento marital con un viaje al norte de África, al desierto del Sáhara, tratando de encubrir su desierto interno con la belleza sin igual del desierto externo, y se lo puede permitir gracias a una herencia de esas que te permiten dejar de trabajar y dedicarte a disfrutar de la vida.
Ahí comienza la aventura que Bowles, uno de los grandes autores de la literatura americana del siglo XX, aunque con menos renombre que otros, cosas del maketing, supongo, que juega con el contraste cultural de los personajes y el entorno para ir adentrándonos en un sinfín de reflexiones, más o menos acertadas, si nos empeñamos en el juicio sumarísimo, siempre erróneo, y en una serie de idas y venidas que amenizan la novela de principio a fin.
No es una novela fácil, no nos vamos a engañar, el lenguaje es algo complejo y la estructura narrativa raya lo farragoso en demasiadas ocasiones, la perfecta compañera, sin embargo, para disfrutar del tiempo sin trivialidades superfluas, para dejarse mecer por el viento del Sáhara y viajar de la mejor de las maneras posibles, a través de una novela.
Sin duda, "El cielo protector" es la perfecta elección para estos días de crudo invierno en los que no apetece más que apurar el tiempo en casa.
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