lunes, 23 de enero de 2017

El asesino literario



Por uno de esos avatares de la vida han coincidido en mi mesilla de lectura dos libros de manera simultánea, algo no habitual, ya que siempre suelen ser más, dos libros que, de ahí la coincidencia, versan sobre un asesino, mismo tema, al menos en apariencia.

Pero nada más lejos de la realidad, ya que me he enfrentado con dos aproximaciones totalmente opuestas a un asesino literario, a dos novelas con un mismo estilo de protagonista, pero con antagónico desarrollo, ¡qué maravillosa es la literatura!

La primera, por orden cronológico de comienzo de su lectura, es "El Perfume", de Suskind, sí, de acuerdo, te reconozco que no la había leído, debía de ser una de esas pocas personas que todavía no lo habían hecho, pero sí, esta vez sí, me dejé seducir por las aventuras y desventuras de Grenouille, en una narración en busca del detalle, con la precisión quirúrgica necesaria para que el lector pueda introducirse en un mundo complejo, por desconocido.

Y a fe que Suskind lo consigue, presentándonos a Grenouille, un ser atroz a todas luces, ¿o no?, con sus razones y sus sinrazones, su emociones y su falta de ellas, una presentación del personaje, del asesino, al más mínimo detalle, dejando que el resto de protagonistas floten a su alrededor para reconstruir su propio universo de crueldad ajena a paradigmas morales.

El segundo, en plena simultaneidad, "Plenilunio", de Muñoz Molina, una novela revestida de policiaca, con asesino, víctimas y policía, pero que en el fondo es un lienzo en blanco en el que el autor retrata la sociedad en la que malvivimos, porque los crímenes, aún crueles y mezquinos, no son más que una excusa para el desarrollo de la trama, una especia de McGuffin literario en el que nos recreamos mientras conocemos a los personajes.

Personajes sin nombre, un inspector y un asesino, que dotan de fuerza argumental a la novela pero que ofrecen un peso claramente asimétrico en favor del primero, principal armazón de la historia, con su pasado en caída libre, su presente adúltero y su futuro por descubrir.

Dos novelas, en definitiva, apasionantes, que te recomiendo fervientemente aún a pesar de que en ambos casos sus finales me han dejado frío, como un amante en la casilla de salida, por su tenue moralina de felicidad mal encubierta, y es que créeme, a ambos les sobra su última página, sin ella ambas serían perfectas.

Y es que, ¿a alquien le gusta el final de una novela que ha disfrutado? ¡Qué críticos tan crueles somos los lectores!




sábado, 14 de enero de 2017

Las líneas paralelas, ¿nacen o se hacen?



Siempre me he preguntado por la antipatía que las líneas paralelas sienten entre sí, ¿cómo son capaces de sobrevivir toda su vida sin tan siquiera dirigirse la palabra, sin ser capaces de cruzarse ni un solo momento?

¿Qué suceso o incidente puede provocar tamaña disputa? Me gustaría poder hablar con una de ellas, cualquiera, reflexionar juntos sobre las causas, a propósito del origen de esa rivalidad eterna que hace que dos líneas con un mismo origen, un simple punto, apenas un trazo invisible de un bolígrafo inextricable, dos líneas, te decía, que se aferran a su orgullo, a su arrogancia, a su altanería, para mirar con indiferencia a su compañera, a su igual.

Pero, ¿las líneas paralelas nacen o se hacen?

Si en el principio fue el verbo, en este caso debió de ser el imperativo, la exhortación mal entendida, tal vez un padre a un hijo, un maestro a un alumno, o viceversa, vete tú a saber, una palabra, una insinuación, algo que provoca que aún antes de ser imaginadas, ni mucho menos diseñadas, las líneas nazcan paralelas, y como tales condenadas a vagar aisladas durante toda su existencia.

¡Qué pena de líneas paralelas! Dibujadas hasta el infinito, en eterna soledad.